Escribe: Mario Parra, Psicólogo/ Periodista
Es habitual que asociamos el estrés como algo negativo. Si me encuentro con un
amigo y éste me dice que está “estresado”, inmediatamente asumo que está
expresando que algo no va bien y que le está afectando. El cómo afecta ese
estrés en la vida diaria dependerá de la persona. Puede sentir un malestar vago
que la hace más sensible, irritable quizás, cansada o con problemas para
enfocarse en el trabajo. O algo que siente en el cuerpo, como un dolor de cabeza
persistente. Pero lo cierto es que el estrés, lejos de ser negativo, es un mecanismo
necesario para enfrentar las diversas situaciones de la vida, algunas de las cuáles
tienen relación con la supervivencia. En un pasado distante donde el mundo era
en realidad un lugar peligroso (ahora también puede ser peligroso, pero es más
improbable que, al ir caminando, nos sorprenda un lobo hambriento), el estrés nos
preparaba para huir o atacar (paralizarse no era una opción muy recomendable), y
así vivir para contarlo un día más. De este modo, si hemos sido capaces de
sobrevivir durante miles de años, es gracias al estrés que nos pone en modo
“alerta” frente a determinados estímulos, cumpliendo con ello una función
adaptativa.
En el mundo actual, podemos estresarnos si tenemos que realizar una
presentación en el trabajo, rendir una prueba o estar en un “taco”. En estos casos,
la activación del cuerpo (hablo del “cuerpo” desde su concepto integrador físico y
psíquico) nos provoca esa sensación de inquietud que podemos sentir como un
cosquilleo en el estómago, el aumento de los latidos del corazón y de la
transpiración, entre otros, lo cual permite darnos cuenta de que estamos
respondiendo a un desafío. Así, una vez que ya pasamos la “tortura” de la
presentación, la prueba o de ir avanzando a paso de tortuga, poco a poco
empezamos a volver a ese estado de equilibrio que nos permite manejar la
situación, aprender de ella e incorporarla como experiencia a nuestro repertorio
existencial. Es lo que denominamos Eustrés, o ese estado de tensión psíquica y
física que, lejos de ser un obstáculo, nos ayuda a cumplir objetivos, motivarnos
para conseguir algo y, en definitiva, salir adelante para superar, como dice un viejo
amigo, “los cototos de la vida”.

¿Pero qué sucede si aquello que sentimos se transforma en un malestar profundo,
que afecta nuestra lucidez y salud? Esta forma, que se denomina Distrés, es la
versión negativa del estrés, aquella que nos impide disfrutar y gestionar los
desafíos de una manera adecuada. Es más, nos puede sumir en la tristeza o la
angustia, afectando nuestro equilibrio emocional, relacional y físico, es decir,
alterar la “homeostasis” que permite autorregularnos ante las exigencias de la
vida.
El distrés, más que aportarnos en la solución de problemas, se transforma en una
especie de muralla que oscurece y obstaculiza los caminos que pueden conducir a
una salida. Y es que, en este estado, nuestros sistemas atencionales y de
memoria pueden alterarse, afectando la concentración y la retención de
información. Nuestra capacidad de inhibir ciertos comportamientos también se
resiente, pues las emociones como la tristeza, el miedo o la rabia (que no son
malas en sí) empiezan paulatinamente a “secuestrar” nuestra capacidad de
evaluar más en “frío” una situación, esto es, de una forma más racional.
Por eso, no es raro que la persona “distresada” actúe precipitadamente, se inunde
de pensamientos negativos y se sienta incapaz de enfrentar un problema, sea este
real o imaginario. Y es que la mente puede hacernos ver un peligro allí donde no
existe ninguno, o aumentar el sentido de indefensión ante situaciones inocuas y
cotidianas. Por otro lado, el cuerpo se resiente de este distrés al estar
permanentemente activado e hipervigilante. De ahí esos malestares que parecen
no tener causa orgánica, pero que alteran nuestra vida diaria en el ámbito
personal, familiar, social y/o laboral.
Lamentablemente, en un mundo actual tan vertiginoso, pocas veces nos
detenemos a evaluar si el estrés que sentimos nos está afectando de una forma
positiva o negativa. La verdad, somos malos observadores de nuestras propias
experiencias, y esto redunda en que en ocasiones funcionemos en modo “piloto
automático”, esto es, sin darnos cuenta de nuestras propias necesidades.
No estamos ajenos a experimentar situaciones difíciles, e incluso traumáticas, que
pueden alterar nuestras vidas, pero transitar entre el eustrés y distrés de una
forma flexible es el desafío que podemos asumir para mejorar la calidad de vida.